Debilidad

por Rosa Olivares

Ya estamos en el siglo XXI y no ha habido ningún gran cambio digno de destacar. Sin embargo, empezamos a notar, hace ya tiempo, en realidad desde el siglo pasado, que no encontramos nada nuevo. Detrás de los neos y post, las tendencias se han ido diluyendo y sólo quedan nombres aislados que brillan o intentan brillar, con sus trabajos unos, y otros con sus declaraciones de propósitos, que tapan unas obras que, a decir verdad, no agradan a nadie sino fuera por todo aquello que nos han dicho que representan de denuncia o de crítica, o de algo que no acabamos de ver pero que, vale, lo aceptamos ante la necesidad urgente de algo nuevo, de algo que marque este nuevo siglo. Tal vez lo que marque este nuevo siglo sea la debilidad, tal vez estemos ante una época de decadencia y revisionismo. Una época en la que todo el poder recae sobre la institución y, por consecuencia, sobre las personas que controlan esas instituciones, es decir, aquellas que detentan el poder y por lo tanto deciden a quién exponer, qué destacar, qué callar, qué ocultar… El crítico, finalmente, está llamado a escribir de lo que se expone y no necesariamente tiene que ser malo, sobre todo en un panorama donde prima la mediocridad salpicada con algún nombre histórico, una «recuperación» que puede hacer todavía más evidente la medianía de lo actual. Por otra parte, ese mismo crítico, convertido en comisario y originariamente profesor, tiene poco tiempo y muchos encargos, y ya se sabe que es lo suficientemente acomodaticio ante el poder económico, al que no mira el pedigrí ni la ideología, solamente la cartera. Por lo tanto, todos trabajamos con lo que hay, y aquello que proviene de los talleres de los artistas es una materia incierta, pues el espíritu crítico es escaso y la ignorancia abundante, por lo que el mimetismo, el desconocimiento de las causas, y la ignorancia de los propios orígenes es general, y se tapa con una pretendida crítica social y con unas actitudes incoherentes que pretenden ser irreverentes, radicales. El objetivo es gustarle a ese poder institucional que nos llevará a una bienal, que nos hará exposiciones en museos, y que subirá el precio de las obras y el reconocimiento del artista, que pronto será llamado, por esos vínculos siempre personales y rara vez cualitativos, a una mediocre escena internacional en la que nos encontraremos más de lo mismo: una institucionalización brutal, unos nombres al parecer incuestionables que manejan todos los hilos, y una debilidad en las obras de los artistas cada vez mayor, pues tal vez solamente existan para justificar las instituciones y a esos nuevos gurús, entre filósofos y diseñadores de colecciones de moda. La solución la tiene el artista, pero la estructura cada vez es más difícil de atravesar

Exit Express, Información y debate sobre arte actual nº 37, Junio / Septiembre 2008

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