Arte y Locura

Arte y Locura (imagenes de la verdad)  escrito por Ramón Ángel Acevedo Arce

Durante mi juventud, un primo cercano, que oficiaba para mis adentros como un hermano mayor, me advertía constantemente sobre un ‘juego» que debía aprender a jugar: «no puedes decirle a la gente lo que realmente sientes y piensas, sino lo que ellos quieren oír«, argumentaba con fervor. Con el tiempo, él se había convertido en un avezado conocedor de las leyes que rigen el funcionamiento eficaz y productivo de los hombres en la norma social. En tanto yo, que no había pasado de los primeros rudimentos, ajeno en ese mundo, acabaría encontrando mi refugio en el reino solitario de la ensoñación. Si he comenzado estas notas refiriendo este recuerdo que puede parecer baladí, es porque ilustra de manera cabal la posición del artista (y también del loco) en el mundo moderno.En efecto, en nuestras sociedades pragmáticas, racionales y eficaces, todo pareciera estar estructurado para obligarnos, tácita o explícitamente, a seguir el juego del equilibrio y de los consensos. La comunidad nos califica de «cuerdos» o «sensatos» cuando participamos de ese juego, y de «locos» cuando, de plano y por entero, nos negamos a jugarlo. El hombre llamará «equilibrio», entonces, a ese malabarismo secreto y gregario que se ve obligado a realizar diariamente para no caerse al pozo negro de la locura.Todos aquellos que se aventuran a descender al depósito profundo de los grandes sueños (ese que Jung llamó el «inconsciente colectivo «) se ven expuestos a ser objeto de exclusión bajo la etiqueta de «locura», a menos, claro está, que sean considerados artistas o chamanes. Es más, cualquiera que se digne a cultivar sus propios desacuerdos con los demás, o manifieste un comportamiento suficientemente individual o antisocial, podrá ser estigmatizado con ese mismo sambenito. Y es que la locura, en rigor, es un concepto que fija los límites respecto a lo que al hombre le está permitido. Mientras que durante la Edad Media el «loco» fue considerado un personaje sagrado, ya en el Siglo de las Luces, bajo el prisma de la razón triunfante, la locura representará el pecado de lo distinto y de la inutilidad social; será expuesta, por tanto, a la sanción.En su definición moderna, el «loco» designa al hombre que -anonadado por los símbolos de lo inconsciente- ha rehusado vivir en el mecanismo de la norma y en el principio de la realidad. El artista, en tanto, huirá igualmente de la realidad del mundo circundante para encontrar asilo en su inconsciente y su imaginación. El gran poeta alemán Hölderlin, por ejemplo, en una de sus cartas expresaba: «temo demasiado la trivialidad y la rutina de la vida real». Lo que hay de común, pues, entre el arte y la locura, es el desgarramiento del hombre experimentado ante lo implacable de la realidad. Por supuesto, la sociedad no aplica el mismo tratamiento para uno que para la otra. Mientras el «loco» carece absolutamente de aceptación social (dado que no sólo hiede y viste mal, sino que emite mensajes y palabras ininteligibles para el sentido común), el artista, en el mejor de los casos, será congratulado, puesto que del manantial de los grandes sueños regresa con mensajes orlados con el brillo de la estética resplandeciente, y de los valores predominantes que son convalidados por la mayoría.

Mas, pobre del artista visionario que se atreva a llegar al fondo de sus sueños y luego emita verdades disonantes o incómodas para la colectividad. Hoy nos burlamos de buena gana de los contemporáneos de Van Gogh que no supieron apreciar su pintura. Pero lo cierto es que todos aquellos artistas que llamamos «malditos», padecieron en vida el estigma y las variadas formas punitivas de la sanción social: condenación a la pobreza, incomprensión, desamor, locura, suicidio o muerte en desolación. Al paso de los años, cuando el réprobo ha abandonado este mundo, esa misma sociedad condenatoria restituirá, con los oropeles de la gloria, los sufrimientos y penurias del condenado creador; será, entonces, el momento en que se transen cuadros en millones de dólares, se inauguren retrospectivas, se editen obras completas, y hasta en las universidades se estudie concienzudamente la vida y la obra del malogrado autor.Lo cierto es, también, que el recogimiento y la contemplación profunda que el verdadero arte nos reclama, sólo es posible cuando el artista se confina en los márgenes de la realidad. Y ésto, por cierto, el auténtico creador lo sabe; allí donde crece el peligro y en el desamparo pareciera estar, pues, su única salvación. Quizás por eso Marcel Proust dijo alguna vez: «cuando no soy loco me convierto en un imbécil». En este sentido, el arte deviene una ocupación implacable que no permite distinguir ya entre la obra y la vida personal del autor.Se dice que en presencia de la locura, de una u otras forma, todos nos volvemos locos. Sin embargo, habiendo transitado durante más de 90 días, con mi cámara fotográfica en ristre, por las galerías y subterráneos de los 4 Hospitales psiquiátricos del país, y en medio de alaridos y de hedores que a cualquiera podrían ahuyentar, pude constatar que aquellas personas que la sociedad llama «locos» (y que son tratadas como tal) son, en rigor, personas que ven demasiado y de una gran sensibilidad. Ellos nos hacen enfrentamos a verdades que quisiéramos por todos los medios eludir; por consiguiente, son encerrados para que no perturben nuestro sosiego y nuestro orden habitual. Además, ellos llevan a la práctica valores que en nuestras sociedades son cada vez más difíciles de hallar (la gratitud, la solidaridad, la pureza del alma, la probidad). Por ejemplo, jamás podré olvidar la intensa mirada de gratitud de un interno al que yo había auxiliado en sus vanos intentos de ponerse un simple calcetín. Recuerdo, también, que en varias ocasiones, absorto y compenetrado en el registro visual, me alejaba demasiado de un punto dejando olvidado mi maletín con varios implementos fotográficos en su interior. Cuando regresaba a buscarlo, todo se encontraba en su lugar. Muchas veces también sucedía que alguno de los pacientes se adelantaba trayendo mis bártulos que habían quedado rezagados. Se comprenderá que si tal distracción me hubiese ocurrido en alguna plaza pública de cualquier ciudad de Chile, a buen seguro mi equipo de trabajo hubiese desaparecido en un santiamén.Muchas veces me han preguntado por qué registrar el mundo clausurado y marginal de la locura (entre otras temáticas de marginalidad que también he fotografiado con pasión). Debo confesar que todos estos cientos de retratos que he realizado son también, de una u otra forma, mi propio autorretrato; ellos reflejan, parcialmente (como fogonazos de mi alma), mi propio extrañamiento de este mundo, mi temperamento melancólico y también mi subjetividad. Tal vez como Werner Herzog, pretendo con mis imágenes configurar el mundo de otra manera, contrarrestar el universo chato y ramplón del utilitarismo de la modernidad (con sus imágenes gastadas, su urgencia de máquinas, su consumismo exacerbado, su sexualidad desacralizada, y su atroz banalidad). Ya antes Goya, a comienzos del siglo 19, en sus Caprichos y las Pinturas Negras, supo auscultar como nadie los agujeros negros del Siglo de las Luces del que es tributario nuestro mundo actual. En sus imágenes le concedió un espacio a la locura, porque ella no sólo está en los manicomios, sino que está presente en todas partes, y también en la conciencia inconfesada de cada quien y cada cual. Hacia la noche misteriosa se volvieron también los poetas románticos como Nerval (para quien la locura era «el derramamiento del sueño en la vida real «). Asimismo, ya en pleno siglo 20, el arte expresionista -tanto en la pintura como en el cine-, supo dar cuenta de las regiones ocultas del espíritu humano que la razón hegemónica se empecinaba en negar.Cuando recién comenzaba la producción de la 2ª parte de este Documental, el Director de un Hospital psiquiátrico impugnaba la temática que yo había elegido. ¿Por qué fotografiar pacientes mentales y no pacientes dializados o diabéticos, por ejemplo?, argumentaba queriendo disuadirme de mi propósito y, a la vez, protegiendo maliciosamente el ámbito consagrado de su especialidad. Lo cierto es que ninguna alteración de la normalidad humana es tan compleja, impenetrable y desoladora como lo es la enajenación. En ella el hombre se comunica con las zonas más recónditas del ser (no por nada, antaño, el «loco» fue considerado un iluminado con poderes divinos). La cuestión de fondo pareciera estar determinada por lo que la sociedad establecida considera «normal» o «anormal». Por ejemplo, muchos profetas del antiguo cristianismo, que en su tiempo fueron reverenciados, en nuestras sociedades modernas serían despachados, sin más, como víctimas de patologías mentales. Igualmente como «insanos» o «desequilibrados» fueron recluidos en hospitales psiquiátricos muchos de los opositores políticos al régimen estalinista.La locura, efectivamente, no es cualquier “enfermedad” (ella involucra a una multiplicidad de instancias, saberes y poderes que entran en acción). Es más, sería lícito preguntarse, sobre todo después de la aventura espiritual de Artaud, si efectivamente lo es. Quizás no sea más que el final ineludible cuando la exploración de la individualidad es llevada hasta los extremos En cualquier caso, la locura (como el suicidio de algún ser cercano) no nos permite la apatía; ella nos inmuta y nos interpela y, al decir de ese gran estudioso de su historia que fue Michel Foucault, obliga al mundo a interrogarse sobre su propia culpabilidad.Nada más lejos de mi intención sería que los retratos que acompañan este texto, sean consumidos (y consumados) en el vacuo circuito del arte como sensacionalismo y espectacularidad. Ellos son las imágenes de una verdad trascendente y estremecedora, y por tanto demandan una percepción más bien íntima, no desde la estética sino de la moral (en rigor, la Fotografía, en su realismo absoluto, no me importa más que en esta segunda opción).En una oportunidad le pregunté a un conocido, que visitaba una exposición de mis fotografías, su impresión sobre las imágenes exhibidas en esa ocasión; éste respondió con desdén -y con una evidente intención de invalidarme- que nada sabía de fotografía. Él ignoraba por completo que comprender una imagen artística significa recibir la belleza del arte a un nivel emocional (y hasta supra-emocional). No precisamos, en efecto, saber de historia ni de técnica cinematográfica para conmovemos con las imágenes de un film de Tarkovski, ni tampoco necesitamos saber leer música para disfrutar los Nocturnos de Chopin (ello no invalida, desde luego, el conocimiento que alumbra y ennoblece nuestra sensibilidad). Pero lo bello, como ha dicho ese mismo gran cineasta, «queda oculto a los ojos de aquellos que no buscan la verdad».Podríamos decir, de una manera más taxativa y radical, que el arte (y la poesía) es todo aquello que cierra de plano la puerta a los obtusos y los imbéciles. No por nada, los políticos, los burócratas y los anestesiados de toda laya, quedan irremediablemente fuera del reino de la sensibilidad. Si consumen arte lo hacen desde una superficialidad aberrante, como si fuese una mercancía o un bien fungible que da plusvalía social, y que es necesario manipular y administrar como todos los demás bienes de nuestra vapuleada humanidad.La finalidad del arte (aquél que es heredero de la gran filosofía) consiste, para quien escribe, en conmover al hombre en su profunda interioridad, y para eso, ciertamente, no necesitamos más que tener los ojos bien abiertos y el alma despierta que nos abre las esclusas a la íntima verdad humana, y a las imágenes y símbolos que revelan y preconizan esa verdad. Más aún, aquél que no es capaz de ver la verdad en una imagen, jamás podrá acceder a la verdad por el camino de la reflexión.Tal vez, algún día estas imágenes serán historia, y otros ojos lejanos y pensativos (menos contaminados que los de nuestros contemporáneos) se posen sobre ellas y descubran los signos de nuestra propia locura y nuestra noche interior, aquélla que el hombre moderno se empeña tanto en borrar. Quizás estos rostros y miradas, que nos atisban desde la oscuridad insondable de la mente humana, nos ayuden a reconocer -desde ya- la profundidad de su misterio y su fulgor.En http://www.sepiensa.net/edicion/index.php?option=content&task=view&id…Monday, 27 de December de 2004

Un comentario en “Arte y Locura

  1. Hola,somos estudiantes de cine de la universidad ARCIS y estamos trabajando en un proyecto documental sobre pueblos olvidados de Chile. Nos hemos enterado del libro ¨El viaje de Rakar¨ y nos gustaria mucho poder ponernos en contacto con Ramón Ángel Acevedo Arce, sin embargo no hemos hayado la forma. Quisiera saber si ésta página es de él o si colabora de alguna forma. De ser el caso, agradecería mucho que nos pudiese contactar, puesto que nos gustaría compartir parte de su experiencia durante el libro y su visión sobre la realidad que aqueja a muchas de éstas localidades anexadas del conocimiento popular. Sin otro particular nos despedimos confiando en que puedan ayudarnos. Atte. Álvaro López y Grace Hidalgo

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